¿De qué lado estás?

Un hongo podría ser el final de todo, y no estamos hablando de The Last of Us.

Quienes hayan leído Esto no es una ficción, mi último libro, sabrán de mi estancia en Israel a principios de siglo, durante seis meses. También comprenderán mi posición frente al colonialismo sionista, mi defensa —como judío— del pueblo palestino y el continuo posicionamiento, no solo en mis expresiones, sino también en mis actos y creaciones culturales, en favor del humanismo.

Hay una película llamada Threads, escrita por Barry Hines, dirigida por  Mick Jackson y producida por la BBC, que ficcionaliza con crudeza documental las consecuencias de una guerra nuclear sobre la ciudad de Sheffield, Inglaterra. Lectores y lectoras, estamos en los inicios de esa trama.

Hoy, con el apoyo brindado por Pakistán, Corea del Norte, China y Rusia al gobierno iraní, concluye una primera fase de tensión en la escalada mortal de una guerra que eligen unos pocos.

Se habla de posicionamientos. Se espera que estés de un lado u otro para poder construir un discurso que se amolde al statu quo, ya sea de aquí o de allá. Pero esa pregunta, al menos para mí, resulta divergente.

Para mi sorpresa —y claudicando en mi constante rechazo a los polos—, esta vez me entibiezco, me enternezco, y me solidarizo con una sola causa: la paz total.

Los cañones de guerra de Oriente y Occidente se están cargando con una única consigna: “guerra total”. Y tal vez, pensándolo unos minutos más, descubro que esta vez sí estoy en un polo: el del antónimo al consenso general de las potencias de un lado y otro. Hoy, para mí, es paz total o no quedará nada.

Hablaba con una compañera israelí el jueves por la noche —ya madrugada del viernes— y me decía: “Ya estoy cansada de todo esto”. Un cansancio genuino, triste, de no saber si quedarse o irse, de mirar el pasado y reconocerse en un país que adoptó y habitó durante más de veintidós años, y que hoy ve cómo su primer ministro, atornillado a la silla del poder desde hace más de doce años, acata las decisiones del alto mando militar y lanza una guerra “preventiva” que ya comenzó, pero cuya forma y final nadie conoce.

Por otro lado, está Irán y su régimen. Ni los ayatolás ni el Sha son una opción. No sirve para un pueblo oprimido por más de un siglo virar otra vez el timón hacia otro tipo de monarquía, esta vez laica, pero totalitaria al fin. Les recuerdo, como apostilla, a quienes no han leído la historia —o prefieren no alumbrar las luces del recuerdo— que Mohammad Reza Shah Pahlavi fue derrocado durante la Revolución Islámica de 1979. Y por más impulsos que se gesten fuera de las entrañas del pueblo, el conglomerado social, por lo general, tiene razón. Para bien o para mal —según mi ideología—, pero la tiene.

Claro, han pasado cuarenta y seis años desde aquel momento y el mundo cambió a pasos agigantados. Habrá más disidentes del Ayatolá, como los hubo a fines de los setenta contra el régimen occidental y desarrollista.

Sea cual sea la situación, el foco de la opinión pública ha puesto sus luces sobre un conflicto que, siendo regional, ya tiene una expansión global. Y es más peligroso que la ocupación militar israelí frente a los ya sufrientes palestinos de Gaza y Cisjordania.

Nadie sabe cómo terminará esta escalada. Pero tal vez —aprovechando la tensión y el terror ante una posible guerra nuclear— nos encontremos en un futuro próximo con un Occidente victorioso, un plan de reconstrucción para Gaza tras la eliminación sistemática del pueblo palestino, la anexión completa de Jerusalén oriental al territorio israelí y la concreción de un proyecto colonialista y supremacista gestado en la Declaración de Balfour, en los albores del febril y problemático siglo XX.

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